Cuatro docentes universitarios publican “El secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual”
Una mera ojeada a las últimas encuestas del CIS basta para constatar la creciente desafección de los ciudadanos por la política. Fenómenos como el bipartidismo, la berlusconización de la vida pública, una izquierda institucional que, o ha sido asimilada o no pasa del keynesianismo; un demoledor pensamiento único neoliberal y el auge de los populismos y de la extrema derecha son factores que, en un contexto de aguda crisis económica, indican síntomas de agotamiento en el actual modelo de democracia representativa. Si bien ésta es una tendencia general, hay lugares, como el País Valenciano, donde se ha llegado a “El secuestro de la democracia”, fenómeno que da título al libro que acaban de publicar cuatro profesores universitarios de dilatada experiencia y vasto currículum investigador: José Antonio Piqueras (catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I de Castellón); Francesc Martínez Gallego (profesor de Periodismo en la Universitat de Valencia); Antonio Laguna (profesor de Teoría del Periodismo en la Universidad de Castilla-La Mancha) y Antonio Alaminos (catedrático de Sociología Matemática en la Universidad de Alicante).
“El Secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual” (Akal, 2011) aborda los efectos devastadores sobre la democracia que han tenido en el País Valenciano los gobiernos del PP (primero con Zaplana y luego con Camps) desde que este partido accedió al poder en 1995. Los males que se señalan en el libro son profundos, y a ellos escapan pocos países, pero el País Valenciano constituye un laboratorio de investigación idóneo por lo evidente y acusado de la patología.
Hay una tesis central en torno a la que gira el libro: “La anomalía valenciana revela la creación de un sistema que descansa en instituciones democráticas y se sirve de mecanismos irregulares –clientelismo, corrupción, política de medios y neopopulismo- para establecer una hegemonía partidista destinada a prolongarse en el gobierno mediante la consolidación de ventajas determinantes que alteran el juego de la democracia de partidos”. Y lo que es peor: “Las prácticas irregulares, denunciadas por los medios y la oposición, en manos de los jueces, tienen una escasísima incidencia en el electorado”.
Con este punto de partida, se configura una hegemonía política –la del Partido Popular- basada en instrumentos como la corrupción. Entre otros ejemplos, el caso Gürtel. La rama valenciana de una trama más amplia arrancó en 2003, a través de la empresa Orange Market, con un personaje tan estrafalario como Álvaro Pérez “el bigotes” (a quien Camps se refería en conversaciones telefónicas como “amiguito del alma”). Lo importantes es que Orange Marquet organizaba actos del PP (sólo por el congreso regional de 2008 facturó 780.000 euros) y facturaba por servicios ficticios a empresas que en cinco años obtuvieron de la Generalitat Valenciana adjudicaciones por valor de 937 millones de euros.
Además, Orange Market recibió 8,5 millones de euros por la organización de eventos, encargados por todas las consellerias del Gobierno Valenciano. Entre tanto tejemaneje, el mensaje que más nítidamente llegó a la opinión pública fue el de los regalos con que el bigotes obsequió –con cargo a los gastos de sus empresas- a dirigentes del PP (por ejemplo, los célebres trajes de Camps). Sin embargo, a esta coyuntura que pudiera parecer escandalosa buena parte de los ciudadanos responden con indiferencia: una encuesta de Metroscopia para El País (octubre de 2010) señala que para dos de cada tres personas con intención de votar al PP el caso Gürtel es “un montaje para desprestigiar” a esta formación política.
Y esto, a pesar de que –según José Antonio Piqueras- las informaciones reveladas sobre las tramas de corrupción “nos aproximan de manera asombrosa al modelo italiano de la tangentópolis”. “Financiación ilegal, cohecho, tráfico de influencias o delito electoral son las imputaciones que más se repiten en las casas que afectan a la cúpula del PP. Hay también falsedad documental, delito fiscal, prevaricación, blanqueo de dinero y hasta asociación ilícita; varios de los imputados tendrán que responder, además, a la acusación de incremento patrimonial injustificado”, concluye Piqueras.
Pero la corrupción no la única herramienta para consolidar la hegemonía conservadora. El catedrático de la UJI y autor, entre otras muchas publicaciones, de “Cánovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocon” (Península), subraya el papel esencial que desempeñan las redes clientelares. “Es un método similar al del PRI mexicano –afirma Piqueras-, que aceptaba el pluripartidismo, una razonable libertad de expresión y convocaba elecciones, que siempre ganaban sus candidatos; se servía de los recursos del estado y de las empresas públicas para cimentar adhesiones y comprar discrepantes”. El poder omnímodo del PRI se prolongó durante 70 años.
Uno de los grandes paradigmas del caciquismo y las estructuras clientelares en el País Valenciano es, según los autores del libro, Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón desde 1995. Los medios han dado cumplida información de los casos de corrupción que supuestamente conciernen a Fabra. Pero lo que no es tan conocido es que desde 1868 –nada menos que cinco generaciones- el apellido Fabra aparece de manera recurrente en la Diputación Provincial de Castellón. “El que gana elecciones coloca a un sinfín de gente, y toda esa gente es un voto cautivo”, afirmaba el político castellonense en una conversación grabada que reproducía la Cadena Ser en febrero de 2009.
Si por algo se destaca el PP Valenciano es por su condición de partido de los medios de comunicación, afirma Francesc Martínez Gallego, y utiliza este potencial para “desarrollar una estrategia neopopulista” en la que Radiotelevisión Valenciana desempeña un rol central”. Este hecho es cada vez más conocido fuera del País Valenciano. Varias tesis doctorales, leídas incluso fuera del estado español, subrayan la convergencia entre los discursos del Gobierno Valenciano y Canal 9. “Estamos ante un paradigma europeo de utilización aviesa de los medios de comunicación públicos”, sentencia el profesor de Periodismo de la Universitat de Valencia.
Añade Martínez Gallego que el modelo de Radiotelevisión Valenciana “es el periodismo sin información, el que prescinde de los datos relevantes para conocer los acontecimientos de interés general y los sustituye por fiestas, meteorología, deportes, sucesos y frivolidades”. Esto tiene particular gravedad cuando los valencianos reciben, según un estudio del CIS, el 90% de la información política sólo a través de medios audiovisuales y el 15% se informa exclusivamente por Canal 9.
¿Cómo funciona este modelo populista al servicio del PP? Puede resumirse en unas palabras de Camps de su discurso de investidura en junio de 2007, un mes después de obtener el 53,3% de los votos en las elecciones: “Creo que somos los mejores. Por lo tanto, como presidente, no haré otra cosa durante todos los días que hacer que la Comunidad Valenciana sea la mejor”. O como afirmó González Pons el mismo día: “El Partido Popular, más que un partido político es el partido de la Comunitat, el de todos los valencianos”.
“Se priorizan sentimientos y emociones –explica Antonio Laguna-, la persuasión antes que la argumentación racional; en este contexto, los valencianos han hecho suya la estrategia del victimismo, que atribuye todos los males al gobierno de Madrid, aunque se trate de asuntos de competencia autonómica”. Por su gran carga emotiva y movilizadora destaca la campaña “Agua para todos”, un mensaje simple y claro para la defensa de una infraestructura central en la propaganda del PP: el trasvase del Ebro. “Se anuncian grandes obras, grandes proyectos, grandes sueños; se transmite una falacia similar a la de, para los valencianos y gracias al Partido Popular, siempre es primavera”, resume Laguna.
Según el discurso oficial, el ejecutivo de Camps es quien más y mejor defiende los intereses de los valencianos, con quienes además se identifica emocionalmente. ¿Cómo aparece esta sociedad valenciana en el relato gubernamental? Se trata de un pueblo bueno y trabajador, amante de España y que hace de las fiestas y del folclore en general su principal forma de expresión. A ello cabe agregar la inyección de autoestima que suponen los grandes eventos como la Copa del América, la visita del papa, la Fórmula 1 o la Volvo Ocean Race, entre otros muchos. En definitiva, concluye el profesor de Teoría del Periodismo, “sólo con el PP los valencianos son los mejores”.
La hegemonía del Partido Popular en el País Valenciano arranca en 1995 cuando, en un contexto fuertemente influido por la política nacional, Zaplana gana las elecciones y forma gobierno en coalición con Unión Valenciana (UV). Pero, según demuestra con datos Antonio Alaminos, el éxito del PP no es tanto esta victoria como su capacidad para consolidar el apoyo electoral posterior e incluso crecer. “Sobre todo, al adquirir principalmente nuevos votantes que no proceden de otros partidos, tras absorber al electorado regionalista conservador de UV”.
¿Cuáles son las claves sociológicas de este crecimiento? Aumenta continuamente el porcentaje de votos de los trabajadores que se orientan al PP, que pasa del 12% en 1983 al 39% en los comicios de 2007 (en la actualidad supera a los que votan al PSPV-PSOE). El mismo incremento se produce entre los parados, estudiantes y amas de casa. Sin embargo, el grueso del electorado popular lo forman trabajadores cualificados, empleados, vendedores, empresarios y profesionales. Según Alaminos, “el PP es actualmente un partido de amplio espectro social que ha conseguido incorporar a todo tipo de electores”. Y en un contexto, el del País Valenciano, donde los ciudadanos se consideran un 10% más de centro y un 7% más de derechas que en el resto del estado.
Con estos mimbres sociológicos y los mecanismos de “secuestro de la democracia” relatados en el libro pocas sorpresas cabe esperar en las próximas elecciones del 22 de mayo. Las encuestas auguran una nueva mayoría absoluta del Partido Popular, corregida y aumentada.
Una mera ojeada a las últimas encuestas del CIS basta para constatar la creciente desafección de los ciudadanos por la política. Fenómenos como el bipartidismo, la berlusconización de la vida pública, una izquierda institucional que, o ha sido asimilada o no pasa del keynesianismo; un demoledor pensamiento único neoliberal y el auge de los populismos y de la extrema derecha son factores que, en un contexto de aguda crisis económica, indican síntomas de agotamiento en el actual modelo de democracia representativa. Si bien ésta es una tendencia general, hay lugares, como el País Valenciano, donde se ha llegado a “El secuestro de la democracia”, fenómeno que da título al libro que acaban de publicar cuatro profesores universitarios de dilatada experiencia y vasto currículum investigador: José Antonio Piqueras (catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I de Castellón); Francesc Martínez Gallego (profesor de Periodismo en la Universitat de Valencia); Antonio Laguna (profesor de Teoría del Periodismo en la Universidad de Castilla-La Mancha) y Antonio Alaminos (catedrático de Sociología Matemática en la Universidad de Alicante).
“El Secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual” (Akal, 2011) aborda los efectos devastadores sobre la democracia que han tenido en el País Valenciano los gobiernos del PP (primero con Zaplana y luego con Camps) desde que este partido accedió al poder en 1995. Los males que se señalan en el libro son profundos, y a ellos escapan pocos países, pero el País Valenciano constituye un laboratorio de investigación idóneo por lo evidente y acusado de la patología.
Hay una tesis central en torno a la que gira el libro: “La anomalía valenciana revela la creación de un sistema que descansa en instituciones democráticas y se sirve de mecanismos irregulares –clientelismo, corrupción, política de medios y neopopulismo- para establecer una hegemonía partidista destinada a prolongarse en el gobierno mediante la consolidación de ventajas determinantes que alteran el juego de la democracia de partidos”. Y lo que es peor: “Las prácticas irregulares, denunciadas por los medios y la oposición, en manos de los jueces, tienen una escasísima incidencia en el electorado”.
Con este punto de partida, se configura una hegemonía política –la del Partido Popular- basada en instrumentos como la corrupción. Entre otros ejemplos, el caso Gürtel. La rama valenciana de una trama más amplia arrancó en 2003, a través de la empresa Orange Market, con un personaje tan estrafalario como Álvaro Pérez “el bigotes” (a quien Camps se refería en conversaciones telefónicas como “amiguito del alma”). Lo importantes es que Orange Marquet organizaba actos del PP (sólo por el congreso regional de 2008 facturó 780.000 euros) y facturaba por servicios ficticios a empresas que en cinco años obtuvieron de la Generalitat Valenciana adjudicaciones por valor de 937 millones de euros.
Además, Orange Market recibió 8,5 millones de euros por la organización de eventos, encargados por todas las consellerias del Gobierno Valenciano. Entre tanto tejemaneje, el mensaje que más nítidamente llegó a la opinión pública fue el de los regalos con que el bigotes obsequió –con cargo a los gastos de sus empresas- a dirigentes del PP (por ejemplo, los célebres trajes de Camps). Sin embargo, a esta coyuntura que pudiera parecer escandalosa buena parte de los ciudadanos responden con indiferencia: una encuesta de Metroscopia para El País (octubre de 2010) señala que para dos de cada tres personas con intención de votar al PP el caso Gürtel es “un montaje para desprestigiar” a esta formación política.
Y esto, a pesar de que –según José Antonio Piqueras- las informaciones reveladas sobre las tramas de corrupción “nos aproximan de manera asombrosa al modelo italiano de la tangentópolis”. “Financiación ilegal, cohecho, tráfico de influencias o delito electoral son las imputaciones que más se repiten en las casas que afectan a la cúpula del PP. Hay también falsedad documental, delito fiscal, prevaricación, blanqueo de dinero y hasta asociación ilícita; varios de los imputados tendrán que responder, además, a la acusación de incremento patrimonial injustificado”, concluye Piqueras.
Pero la corrupción no la única herramienta para consolidar la hegemonía conservadora. El catedrático de la UJI y autor, entre otras muchas publicaciones, de “Cánovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocon” (Península), subraya el papel esencial que desempeñan las redes clientelares. “Es un método similar al del PRI mexicano –afirma Piqueras-, que aceptaba el pluripartidismo, una razonable libertad de expresión y convocaba elecciones, que siempre ganaban sus candidatos; se servía de los recursos del estado y de las empresas públicas para cimentar adhesiones y comprar discrepantes”. El poder omnímodo del PRI se prolongó durante 70 años.
Uno de los grandes paradigmas del caciquismo y las estructuras clientelares en el País Valenciano es, según los autores del libro, Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón desde 1995. Los medios han dado cumplida información de los casos de corrupción que supuestamente conciernen a Fabra. Pero lo que no es tan conocido es que desde 1868 –nada menos que cinco generaciones- el apellido Fabra aparece de manera recurrente en la Diputación Provincial de Castellón. “El que gana elecciones coloca a un sinfín de gente, y toda esa gente es un voto cautivo”, afirmaba el político castellonense en una conversación grabada que reproducía la Cadena Ser en febrero de 2009.
Si por algo se destaca el PP Valenciano es por su condición de partido de los medios de comunicación, afirma Francesc Martínez Gallego, y utiliza este potencial para “desarrollar una estrategia neopopulista” en la que Radiotelevisión Valenciana desempeña un rol central”. Este hecho es cada vez más conocido fuera del País Valenciano. Varias tesis doctorales, leídas incluso fuera del estado español, subrayan la convergencia entre los discursos del Gobierno Valenciano y Canal 9. “Estamos ante un paradigma europeo de utilización aviesa de los medios de comunicación públicos”, sentencia el profesor de Periodismo de la Universitat de Valencia.
Añade Martínez Gallego que el modelo de Radiotelevisión Valenciana “es el periodismo sin información, el que prescinde de los datos relevantes para conocer los acontecimientos de interés general y los sustituye por fiestas, meteorología, deportes, sucesos y frivolidades”. Esto tiene particular gravedad cuando los valencianos reciben, según un estudio del CIS, el 90% de la información política sólo a través de medios audiovisuales y el 15% se informa exclusivamente por Canal 9.
¿Cómo funciona este modelo populista al servicio del PP? Puede resumirse en unas palabras de Camps de su discurso de investidura en junio de 2007, un mes después de obtener el 53,3% de los votos en las elecciones: “Creo que somos los mejores. Por lo tanto, como presidente, no haré otra cosa durante todos los días que hacer que la Comunidad Valenciana sea la mejor”. O como afirmó González Pons el mismo día: “El Partido Popular, más que un partido político es el partido de la Comunitat, el de todos los valencianos”.
“Se priorizan sentimientos y emociones –explica Antonio Laguna-, la persuasión antes que la argumentación racional; en este contexto, los valencianos han hecho suya la estrategia del victimismo, que atribuye todos los males al gobierno de Madrid, aunque se trate de asuntos de competencia autonómica”. Por su gran carga emotiva y movilizadora destaca la campaña “Agua para todos”, un mensaje simple y claro para la defensa de una infraestructura central en la propaganda del PP: el trasvase del Ebro. “Se anuncian grandes obras, grandes proyectos, grandes sueños; se transmite una falacia similar a la de, para los valencianos y gracias al Partido Popular, siempre es primavera”, resume Laguna.
Según el discurso oficial, el ejecutivo de Camps es quien más y mejor defiende los intereses de los valencianos, con quienes además se identifica emocionalmente. ¿Cómo aparece esta sociedad valenciana en el relato gubernamental? Se trata de un pueblo bueno y trabajador, amante de España y que hace de las fiestas y del folclore en general su principal forma de expresión. A ello cabe agregar la inyección de autoestima que suponen los grandes eventos como la Copa del América, la visita del papa, la Fórmula 1 o la Volvo Ocean Race, entre otros muchos. En definitiva, concluye el profesor de Teoría del Periodismo, “sólo con el PP los valencianos son los mejores”.
La hegemonía del Partido Popular en el País Valenciano arranca en 1995 cuando, en un contexto fuertemente influido por la política nacional, Zaplana gana las elecciones y forma gobierno en coalición con Unión Valenciana (UV). Pero, según demuestra con datos Antonio Alaminos, el éxito del PP no es tanto esta victoria como su capacidad para consolidar el apoyo electoral posterior e incluso crecer. “Sobre todo, al adquirir principalmente nuevos votantes que no proceden de otros partidos, tras absorber al electorado regionalista conservador de UV”.
¿Cuáles son las claves sociológicas de este crecimiento? Aumenta continuamente el porcentaje de votos de los trabajadores que se orientan al PP, que pasa del 12% en 1983 al 39% en los comicios de 2007 (en la actualidad supera a los que votan al PSPV-PSOE). El mismo incremento se produce entre los parados, estudiantes y amas de casa. Sin embargo, el grueso del electorado popular lo forman trabajadores cualificados, empleados, vendedores, empresarios y profesionales. Según Alaminos, “el PP es actualmente un partido de amplio espectro social que ha conseguido incorporar a todo tipo de electores”. Y en un contexto, el del País Valenciano, donde los ciudadanos se consideran un 10% más de centro y un 7% más de derechas que en el resto del estado.
Con estos mimbres sociológicos y los mecanismos de “secuestro de la democracia” relatados en el libro pocas sorpresas cabe esperar en las próximas elecciones del 22 de mayo. Las encuestas auguran una nueva mayoría absoluta del Partido Popular, corregida y aumentada.
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