La xenofobia del líder populista holandés amenaza la estabilidad del Gobierno
Wilders abre un buzón para denuncias contra inmigrantes del Este
Bruselas pide al Gobierno holandés que se distancie del partido extremista
"¿Le molestan los disturbios, falta de integración y civismo de los trabajadores búlgaros, rumanos y polacos llegados a Holanda? ¿Ha perdido su empleo por culpa de uno de ellos? Cuéntenoslo”. Esta retadora presentación, firmada por Geert Wilders, líder de la extrema derecha holandesa, acompaña el buzón de quejas contra los inmigrantes del este de Europa recién abierto en la web del Partido de la Libertad (PVV). Según sus cálculos, llevan ya 41.000 denuncias de holandeses perturbados por la “avalancha de extranjeros de Europa Central y del Este”. La cifra es difícil de comprobar porque el PVV no muestra los mensajes en cuestión. La iniciativa, sin embargo, ha enrarecido la convivencia en Holanda y amenaza la estabilidad del Gobierno de centro derecha del liberal Mark Rutte.
La situación del jefe de Gobierno holandés es delicada. Su coalición con la democracia cristiana es minoritaria en una Cámara de 150 escaños. Necesita del apoyo extraparlamentario de Wilders para legislar. De momento, Rutte no ha llamado al orden a su colega. “No pienso responder a cualquier paso dado por Wilders; el buzón es cosa suya, no del Gobierno”, ha dicho. Los democristianos y la oposición de izquierda han lamentado las maneras del líder extremista. Pero Rutte parece no querer avivar un fuego capaz de dañar la imagen tolerante de Holanda.
Una decena de embajadores de los países afectados ya han protestado. En una carta abierta, han pedido a los líderes políticos y sociales holandeses que se distancien de “un proyecto inadmisible, denigrante y discriminatorio”. “Ese buzón fomenta una imagen negativa de un grupo específico de ciudadanos de la UE, instalados en Holanda, que no responde a la realidad”, sigue la misiva. La firma es conjunta y reúne a los representantes de Bulgaria, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía, Eslovenia, Eslovaquia y la República Checa.
Wilders se opuso en su día a la libre circulación de ciudadanos del centro y Este de Europa por la UE. También votó, sin éxito, contra la llegada de inmigrantes polacos. Holanda, por otra parte, se ha negado a que Bulgaria y Rumanía entren en la zona sin fronteras del Tratado de Schengen. Así que la respuesta del líder extremista a los embajadores ha sido rápida y sonora: “Malgastan el papel. Que se guarden la carta donde les quepa”, reza su cuenta personal de Twitter.
El revuelo ha llegado al Parlamento Europeo, cuyo presidente, Martin Schultz, quiere hablar lo antes posible con el primer ministro holandés. El Parlamento busca la forma de cerrar el buzón, y Viviane Reding, comisaria de Justicia, ha pedido un rechazo frontal “a esta forma de intolerancia”. De momento, el sitio contra la discriminación abierto por las autoridades holandesas en Internet, y destinado a cualquier tipo de denuncias, suma ya 1.500 firmas contra Wilders.
El político no se inmuta. Es más, sabe que su buzón digital no vulnera técnicamente las leyes holandesas y espera reforzar su popularidad, algo mermada por el ascenso de los socialistas radicales, según los sondeos. Lo que sí marca la polémica actual es un punto de inflexión en su manera de actuar. Hasta ahora, su enemigo directo era el islam y la inmigración venida de cualquier país que lo profesara. Su rechazo al uso del velo femenino, en especial el burka (velo integral) y el endurecimiento de las leyes de extranjería han sido sus banderas más visibles. También le han valido amenazas de muerte, vivir rodeado de guardaespaldas y con su privacidad recortada. “Algo que no le deseo ni a mi peor enemigo”, dice.
Experto en sacudirse cualquier etiqueta xenófoba, y seguro de su imagen de pionero en una Holanda acostumbrada al pacto político, Wilders se mostraba hasta ahora como un populista de derecha de difícil adscripción. Defensor de la igualdad de la mujer, contrario a la discriminación de los homosexuales y campeón de la libertad de expresión y la tercera edad, paseaba su bandera liberal con orgullo. Con su descripción del (polaco, rumano o búlgaro) como vecino que “puede perturbar con su ruido, suciedad o hacinamiento”, le será mucho más difícil negar la xenofobia de su ideario.
La situación del jefe de Gobierno holandés es delicada. Su coalición con la democracia cristiana es minoritaria en una Cámara de 150 escaños. Necesita del apoyo extraparlamentario de Wilders para legislar. De momento, Rutte no ha llamado al orden a su colega. “No pienso responder a cualquier paso dado por Wilders; el buzón es cosa suya, no del Gobierno”, ha dicho. Los democristianos y la oposición de izquierda han lamentado las maneras del líder extremista. Pero Rutte parece no querer avivar un fuego capaz de dañar la imagen tolerante de Holanda.
Una decena de embajadores de los países afectados ya han protestado. En una carta abierta, han pedido a los líderes políticos y sociales holandeses que se distancien de “un proyecto inadmisible, denigrante y discriminatorio”. “Ese buzón fomenta una imagen negativa de un grupo específico de ciudadanos de la UE, instalados en Holanda, que no responde a la realidad”, sigue la misiva. La firma es conjunta y reúne a los representantes de Bulgaria, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía, Eslovenia, Eslovaquia y la República Checa.
Wilders se opuso en su día a la libre circulación de ciudadanos del centro y Este de Europa por la UE. También votó, sin éxito, contra la llegada de inmigrantes polacos. Holanda, por otra parte, se ha negado a que Bulgaria y Rumanía entren en la zona sin fronteras del Tratado de Schengen. Así que la respuesta del líder extremista a los embajadores ha sido rápida y sonora: “Malgastan el papel. Que se guarden la carta donde les quepa”, reza su cuenta personal de Twitter.
El revuelo ha llegado al Parlamento Europeo, cuyo presidente, Martin Schultz, quiere hablar lo antes posible con el primer ministro holandés. El Parlamento busca la forma de cerrar el buzón, y Viviane Reding, comisaria de Justicia, ha pedido un rechazo frontal “a esta forma de intolerancia”. De momento, el sitio contra la discriminación abierto por las autoridades holandesas en Internet, y destinado a cualquier tipo de denuncias, suma ya 1.500 firmas contra Wilders.
El político no se inmuta. Es más, sabe que su buzón digital no vulnera técnicamente las leyes holandesas y espera reforzar su popularidad, algo mermada por el ascenso de los socialistas radicales, según los sondeos. Lo que sí marca la polémica actual es un punto de inflexión en su manera de actuar. Hasta ahora, su enemigo directo era el islam y la inmigración venida de cualquier país que lo profesara. Su rechazo al uso del velo femenino, en especial el burka (velo integral) y el endurecimiento de las leyes de extranjería han sido sus banderas más visibles. También le han valido amenazas de muerte, vivir rodeado de guardaespaldas y con su privacidad recortada. “Algo que no le deseo ni a mi peor enemigo”, dice.
Experto en sacudirse cualquier etiqueta xenófoba, y seguro de su imagen de pionero en una Holanda acostumbrada al pacto político, Wilders se mostraba hasta ahora como un populista de derecha de difícil adscripción. Defensor de la igualdad de la mujer, contrario a la discriminación de los homosexuales y campeón de la libertad de expresión y la tercera edad, paseaba su bandera liberal con orgullo. Con su descripción del (polaco, rumano o búlgaro) como vecino que “puede perturbar con su ruido, suciedad o hacinamiento”, le será mucho más difícil negar la xenofobia de su ideario.
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