Por Rafael Cid
 Estos días los medios de comunicación que habitualmente ponen letra  y  música  a las preferencias del sistema nos están informando con gran  profusión de detalles sobre las abusivas retribuciones otorgadas a  algunos directivos de las cajas de ahorro “nacionalizadas” por no haber  alcanzado los ratios oficiales de capitalización.
           Lógicamente, la difusión de esos escandalosos y  multimillonarios “paracaídas de oro” concedidos a altos ejecutivos de  entidades como la CAM, cuarta en el ranking del sector, y  Novacaixagalicia, ambas intervenidas por el FROB (Fondo de  Reestructuración y Ordenación Bancaria),  ha tenido como resultado  inmediato la repulsa generalizada de la opinión pública. De esta guisa, y  siempre gracias a la oportuna publicitación de los medios, la  indignación de la ciudadanía he hecho diana sobre las cajas-institución,  contribuyendo a criminalizarlas sin distinguir entre causa y efecto,  entre el todo y las partes. Así se ha generado la demanda social exigida  para culminar el expolio que se estaba produciendo sobre el único  referente de banca pública que quedaba en España tras la privatización  tiempo atrás de la otra banca oficial que competía con la banca privada.  La cosa suena al chusco dicho  “qué patada les hemos pegado en nuestro  propio culo”. 
Porque a la hora de valorar el nivel de robo social que representan  esas delincuenciales prebendas arrampladas por algunos gañanes de las  cúpulas de las cajas que ahora meritoriamente se denuncian y lo que  supone acabar legalmente con un sector crediticio de servicio público  que cubría más del 45% del sistema financiero, la cosa no tiene color.  El saqueo de verdad está en lo último, aunque todos lo bendigan, o casi  todos. Mientras que el de los mangantes de cuello blanco, con ser un  latrocinio como la copa de un pino, no es sino la excusa propiciatoria  para justificar la demonización de las cajas de ahorro como esas  manzanas podridas que un buen padre de familia debe eliminar por  imperativo de urbanidad. De esta forma, burla burlando, bajo la batuta  del gobierno socialista y el apoyo cómplice del Partido Popular, hemos  asistido a la última gran desamortización producida en España para  beneficio de las clases dominantes y la gran banca multinacional que  tanta responsabilidad tiene en la crisis que padecemos.  
El catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona,  Antón Costas Comesaña, lo anunció hace unos meses en un valiente y  esclarecedor artículo titulado  “El mayor desmán financiero de nuestra  historia”, donde de-construía la trama del expolio y señalaba  a sus  cabecillas y responsables. Sostenía el economista,  tras mostrar su  perplejidad porque se fuera a entregar  “la mitad del sistema financiero  español a precios de saldo y de desguace” (¿recuerdan el caso Loterías  del Estado?) a bancos, inversores privados y “fondos buitres”, que la  medida carecía de la mínima coherencia económica requerida porque  suponía: 
“Primero, una concentración desmedida y una disminución significativa  de la competencia bancaria, cuyos perjudicados serán familias,  profesionales y pequeñas y medianas empresas. Segundo, la aparición de  riesgo de exclusión financiera para personas con baja cultura  financiera, que tenían en la proximidad de las oficinas de las cajas un  servicio público que los bancos no prestarán. Tercero, la pérdida de la  Obra Social de las cajas, que actúa como un segundo Estado de bienestar,  al atender a situaciones sociales adonde no llegaban las políticas  públicas. Y, cuarto, la pérdida de un instrumento de dinamización  cultural, especialmente en zonas pobres o alejadas”.
Era lo que Costas denominaba un “largo camino de despropósitos”  cometido en comandita por legisladores, autoridades, reguladores,  supervisores y las propias cajas”, cada uno desde su propia  responsabilidad:
Legisladores, autoridades económicas y monetarias han puesto un  empeño digno de otras causas en liberalizar las cajas para romper sus  fronteras geográficas naturales y dejar que hicieran todo lo que hacían  los bancos. No midieron los riesgos. Esa libertad que se otorgó a los  directivos chocaba con la lentitud de sus órganos de gobierno a la hora  de tomar decisiones en momentos de crisis.
Los directivos aprovecharon esa liberalización para una expansión  irresponsable y para concentrar las inversiones en inmuebles y suelo.  Como los depósitos de los impositores no daban para financiar la  expansión crediticia, se endeudaron hasta las cejas en los mercados  europeos de capital. Riesgo inmobiliario y alto endeudamiento ha sido un  cóctel explosivo.
Lo más sorprendente es ver cómo el supervisor, el Banco de España,  dejó crecer ese riesgo y endeudamiento. Su labor de vigilancia y  supervisión ha sido manifiestamente mejorable. La situación actual  cuestiona su labor, al menos hasta 2007. No vale ahora echarle la culpa a  la "politización" de las cajas. No puede lavarse las manos. Alguna  explicación merecen los españoles y que la autoridad bancaria les diga  qué hará en el futuro para desarrollar mejor su función.
Las autoridades autonómicas y locales han puesto su grano de arena.  Al buscar una solución en los matrimonios endogámicos han empeorado la  situación. La unión de dos contagiados no da lugar a uno sano.
Finalmente, el Gobierno ha estado creyéndose durante demasiado tiempo  su propia mentira: que teníamos el mejor sistema bancario del mundo  mundial. Faltó diagnóstico precoz para ver el contagio y diligencia en  la aplicación de la medicina que tenía a mano: el propio Fondo de  Garantía de las Cajas y el FROB. Ahora todo son prisas y  precipitaciones. Y así nos va”.
Pero en su escrito el profesor no se contentaba con la denuncia  pública, esgrimía como salida positiva para las cajas “la intervención  temporal y la depuración de responsabilidades” para “volver a recuperar  su ámbito de negocio natural”. Lo contrario de lo que finalmente ha  ocurrido. Desde la quiebra de la Caja de Castilla la Mancha ( la que  financió a El Pocero y el aeropuerto de Ciudad Real) hasta las últimas  “nacionalizaciones” nominativas (otra vez se socializan las pérdidas y  se privatizan los beneficios) que afectan a Catalunyacaixa,  Novacaixagalicia, Unnim y la CAM, de momento, con un coste para el  erario público de 7.751 millones de euros (casi la partida de rescate  que reclama Grecia en la actualidad), no se conoce ninguna acción de la  fiscalía para esclarecer la gestión de las cúpulas directivas de las  cajas impuestas por el consenso de los poderes políticos dominantes en  sus zonas de actuación. Una responsabilidad que debería alcanzar a otros  órganos colegiados de control, en donde estaban representados, por  ejemplo, CCOO y UGT, que en la mayoría de los casos fueron convidados de  piedra del aquelarre gerencial. O valieron para que sus miembros se  lucraran con créditos blandos de esas mismas entidades o hicieran de su  culiparlante presencia en las juntas una manera de complementar ingresos  (1.000 euros por  cabeza era la dieta de la asistencia en la CAM).
Sin embargo, como si de una profecía autocumplida se tratara, a lo  que hemos asistido es a un ejercicio de linchamiento hacia las  cajas-institución por parte de las mismas autoridades encargadas de su  supervisión y previsión de riesgos, que ha alcanzado su paroxismo  en la  afirmación urbi et orbi del gobernador socialista del Banco de España,  Miguel Ángel Fernández Ordoñez, de que la CAM era “lo peor de lo peor”,  que es tanto como brindar a la afición el descabello de morlaco sin  ningún género de miramientos. MAFO, el economista socialdemócrata que  escribía los editoriales económicos del diario El País en la etapa  Aznar; la misma máxima autoridad española en materia financiera que en  plena crisis afirmara que los parados  estaban poniendo en peligro el  negocio bancario.
La gran pregunta es ¿cómo nos hemos dejado embaucar hasta llegar a  poner en almoneda el patrimonio acumulado por varias generaciones de  humildes ahorradores? ¿Cómo hemos permitido que nos roben las cajas,  entidades sin ánimo de lucro que destinaban una parte de su excedente a  obra social? ¿Qué extraño virus  ha podido alienarnos hasta el punto de  permitir el expolio de unas entidades que representaban el nivel local  del Estado de Bienestar por su promoción de servicios asistenciales, de  salud, educativos, culturales  y desarrollo regional? La clave vírica  está en la información metabolizada. Nos han dicho y redicho que eran  ineficientes, obsoletas y que sólo servían para que unos cuantos  aprovechados hicieran sus agosto. O sea, nos han facilitado la excusa  (en parte cierta) para actuar sin miramientos contra la institución, y  muerto el perro se acabó la rabia.
Una gran mentira envuelta en cuatro lamentables anécdotas verdaderas  para que los árboles impidan ver el bosque. El verdadero problema es que  las cajas competían con ventaja a los bancos. Eran más eficientes y más  rentables. No lo decimos nosotros. Lo afirma un economista del régimen  que en otra época  iba de rojo subido:
“Para dar una idea de la importancia financiera de las Cajas de  Ahorro, baste indicar que sus depósitos suponen más de la mitad del  mercado, por encima de los de la banca (…) Las cajas obtienen mejores  calificaciones en este punto –ratio de eficiencia- que los bancos (el  ratio, sin considerar las amortizaciones, para 1998, ha sido de 55,2 por  100 para las cajas y de 60,34 por 100 para los bancos). Las cajas son  más rentables que los bancos. En 1997 su ROA (ratio on asstes ) fue 0,88  por 100 frente al de los bancos, del 0,61 por 100” (Ramón Tamames,  Estructura económica de España, pág.715, 25ª edición, 2008).
Como dejó escrito Víctor Hugo, “detrás de una gran fortuna siempre suele haber un crimen”.
Rafael Cid
 
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