Son unos provocadores, integrales e impenitentes.
“Los españoles tienen ADN católico”, ha declarado el Jefe de la Iglesia Católica española, cardenal Rouco.
Por de pronto, yo me niego a tener el mismo ADN que el señor Rouco, experto, a lo que se ve, en biología molecular de la fe.
No creo que los españoles tengan la hipocresía característica de la Iglesia Católica.
No creo que tengan el sentimiento de culpa, que eso es el ADN de la religión católica. Ni el del temor que nos infunden.
No creo que los españoles en su mayoría sean católicos por convicción, sino por imposición, y “por si acaso” otra vida es cierta. O por pura comodidad.
No creo que sean practicantes, que sería la expresión formal de un católico serio.
No creo que la mayoría de españoles niegue la evolución de la especie y unánimemente sean partidarios de la teoría creacionista.
Ni que la religión sea cosa de hombres, que relegan a la mujer a segundo plano. Véase el número de mujeres cardenales, obispos o simples mujeres sacerdotes que acojan la llegada de Benedicto XVI y concelebren con él o le ayuden en los actos litúrgicos que tengan lugar.
Ni que les parezca correcto que los jerarcas impongan subrepticiamente la religión católica.
No creo que un niño no bautizado sea peor que uno bautizado en ningún aspecto o condición de lo humano.
No creo que sea correcto que a un apóstata se le impida darse de baja con efectividad documental.
Ni que los españoles en su inmensa mayoría crean que el matrimonio es de por vida. Ni que los divorciados tengan peor ADN.
Ni que den su visto bueno a la exhibición de poderío terrenal en los mandos de la Institución.
Ni que haya otro ADN entre los seres humanos, españoles o no, distinto al de la bondad, que no es el patrimonio principal de la Iglesia Católica.
Ni tan soberbios ni poseídos de la verdad como él. Ni tan dictadores de morales como él. Ni tan creídos de que puedan condenar, perdonar o absolver como él. Ni tan retrotraídos al pasado como él. Porque si Rouco es la esencia y ADN del catolicismo, los españoles en gran mayoría es evidente que no tienen su ADN de primera clase.
El ADN no es una marca que se grabe a fuego en el corazón al nacer, como a las reses en las películas del Oeste. El señor Rouco debería saber que el ADN del espíritu es deleble y modificable culturalmente, no eterno o patrio. Debería saber que ya no es posible usurpar el copyright del alma de los españoles. Debería saber que con sus actitudes y manifestaciones se convierte en una fábrica permanente de anticlericalismo, y que tal vez eso, por su culpa, comienza a ser el verdadero ADN de los españoles. Porque, efectivamente, hay dos Españas; una, férrea y negra en lo religioso, y otra menos triste y abierta a los sentimientos y creencias diversas, tan lejana del mundo del señor Rouco.
En todo caso, el ADN de los españoles sería la envidia. O el sentimiento trágico de la vida, que dijo Unamuno. O el orgullo de sentirse españoles. O que no somos conformistas. O el deseo de transmitirnos a nuestros hijos, clonarnos en ellos. Los lectores, y no el señor Rouco, dirán.
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